Todo aquel al que le guste la
música, debería ver “La Voz”, el nuevo reality de Telecinco. Allí, encontrarán
el mejor catálogo de los diferentes artistas de éxito de este país: tenemos al
chico de voz limpia, que solo sabe hacer gorgoritos y que intenta desesperadamente
caer bien a todo el mundo (elimina a concursantes diciendo que “se arrepiente
100%” y cambiando de tema cuando le ofrecen echarse atrás). El típico artista
de “El Hormiguero”, para entendernos. (Por cierto, ¿se han fijado en que antes
nos parecía grave que los músicos tuvieran que hacer promoción a cambio de reír
unas cuantas gracias y hacer el imbécil y ya, desde hace años, ni siquiera se
les da la más mínima oportunidad de cantar, explicar qué, cómo y dónde han
grabado o, sencillamente, qué pretenden expresar? En fin…)
Sigamos: tenemos también a la
hija de familia de artistas que decidió cambiar el purismo de un arte puro y
milenario por una adaptación light y accesible a todo tipo de públicos poco
exigentes (por así decirlo, que cambio el quejío y el arte por el tarareo del
ayay y el runrún).
Tenemos a la chica de voz
verdaderamente buena que en lugar de encaminarse hacia los caminos artísticos
que podría encontrar por capacidad en el blues, en el soul, en el flamenco…
decidió hacer un batiburrillo inofensivo de todo eso producido para sonar en
discotecas, sin importarle que eso supusiera cargarse cualquier rasgo de
carácter en una voz que, sí, la tenía. O que podría tenerla. Pero, sobre todo,
tenemos al artista supuestamente auténtico que en un momento dado tuvo la
opción de decidir entre la honestidad para con su público o el estrellato fácil
a costa de pasar por el aro y no lo anduvo dudando un solo segundo. No sería el
más lamentable de los cuatro de no ser porque pretende hablar desde un púlpito
que aún cree instalado en la autenticidad y que no repara que le han instalado,
decorado y sonorizado con los medios de La Industria de los politonos y las
galas de Nochebuena… (“Yo, que soy rockero”…)
Por supuesto, los cuatro se han
prestado a un juego completamente guionizado por el programa, en el que cada
cual debe desarollar su rol (el bueno, el “punki” de pastel, la amable y la
“madre”) y se humillan ante límites insospechados por que cada concursante les
elija. Estoy hay que reconocer que lo hacen bien: a fin de cuentas, llevan años
haciéndolo.
Todo aquel al que le guste la
música, repito, debería ver “La Voz” y comenzar a preguntarse en qué momento
comenzó a joderse la industria musical en España para haber llegado a un punto
en que estemos así.
Por cierto, “La Voz” era el apodo
de Frank Sinatra, un tipo que supo encarnar durante muchísimo tiempo que era
posible hacer música descaradamente comercial, pero que entrañara un producto
de calidad (con atención a las letras, las melodías, los arreglos, la
producción y con un perenne respeto hacia el público, masificado o no). Ariel
Rot le dedicó un disco y una canción por eso. Se llamaban, claro, “Lo siento,
Frank”. Y solo que por entonces aún no tuviéramos “La Voz” le salvó de tener
que pedirle perdón de rodillas.
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